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En principio, el suelo contaminado es suelo que posee alguna sustancia añadida por la actividad humana. Esto puede ocurrir directa o indirectamente y puede que la contaminación se haya producido hace mucho tiempo o que esté ocurriendo en este mismo instante. Cuando la tierra se utiliza para algo que conlleva la posibilidad de que las personas se expongan a los contaminantes del suelo estamos ante un grave problema. Eliminar la contaminación del suelo es difícil, y el coste suele ser muy elevado. Para una generación, limpiar lo que han ensuciado muchas generaciones anteriores es una carga considerable.
Distintos contaminantes tienen distintos orígenes, pero probablemente los orígenes más importantes son las actividades industriales previas. Nos han dejado zonas con una contaminación importante del suelo, principalmente de metales, alquitrán y otras sustancias asociadas. Otra fuente importante es la actividad militar, incluida aquella realizada en superficies de entrenamiento. Por ejemplo, uno de los peores ejemplos de la contaminación del suelo en Europa se encuentra en la antigua Yugoslavia, donde se desplegaron minas antipersona, que provocaron una forma extrema de contaminación del suelo.
Hay numerosos tipos de contaminantes, y estos incluyen no solo metales, sino una serie de moléculas orgánicas, patógenos, materiales biológicamente activos, sustancias radioactivas, etc., y todos ellos tienen distintos orígenes.
En los últimos treinta o cuarenta años. los reglamentos y las normas han tenido resultados cada vez más satisfactorios a la hora de frenar la contaminación del suelo. Al mismo tiempo, se han creado condiciones más seguras para numerosos lugares que presentan un elevado nivel de contaminación, aunque quedan muchos que no se han abordado. Puede utilizarse una amplia gama de tecnologías para reducir el riesgo de contaminación del suelo, bien eliminando el contaminante o bien conteniéndolo. El problema fundamental es el nivel de riesgo residual que estamos dispuestos a aceptar en el contexto del coste de la recuperación.
Los dos factores principales que motivan la limpieza de la contaminación del suelo son los riesgos para la salud humana y la calidad del agua superficial y del agua subterránea. Cumplir con los objetivos de la Directiva Marco del Agua[i] de la UE puede exigir la recuperación del suelo de forma que se proteja la ecología acuática. Un tercer factor es la producción agrícola y garantizar la salud de las plantas y la seguridad alimentaria.
El uso final al que se vaya a destinar el suelo y la disponibilidad de financiación de los promotores son factores altamente determinantes. En las ciudades con un dilatado pasado industrial, la contaminación en zonas de gran valor —como los distritos comerciales o las grandes promociones cerca del agua— se ha abordado en gran medida, con lo que los riesgos están contenidos. Se trata de un avance satisfactorio, pero para las zonas que no tienen demasiada importancia económica en la actualidad, a menudo no es posible garantizar financiación para la recuperación.
Hemos logrado grandes avances en la limpieza de suelos en Europa, pero el problema sigue estando ahí. Hay muchos sitios de Europa en los que los incentivos económicos y la motivación para limpiar la contaminación del suelo todavía no se han manifestado. Al fin y al cabo, la cuestión principal es qué nivel de riesgo estamos dispuestos a aceptar y, cuando se sobrepasen esos riesgos, qué haremos al respecto.
En este contexto, hay dos metales que tienen especial relevancia: el cadmio y el cobre. El cadmio es una impureza de los fertilizantes de fosfato y siempre quedan restos de cadmio en el suelo en el que se utilizan dichos fertilizantes. Las cantidades pueden ser muy pequeñas, pero se acumulan. Dado que el cadmio es carcinógeno, debemos vigilar muy de cerca esta acumulación. Se ha trabajado mucho y se sigue trabajando para cuantificar este problema y estudiar modos de reducir el cadmio en los fertilizantes. El cobre se encuentra en zonas de viñedos y donde el metal se utilizaba tradicionalmente como agente antimicótico. Lamentablemente, el cobre se ha acumulado en el suelo. Una vez que estos y otros metales se incorporan al suelo, permanecen allí y hay pocas perspectivas realistas de eliminarlos.
Los plaguicidas constituyen otro problema asociado a la agricultura. Sabemos, por ejemplo, que los plaguicidas organoclorados, que llevan prohibidos mucho tiempo, siguen estando presentes en suelos de toda Europa. Con los plaguicidas actuales, el enfoque en sus efectos sobre la biota del suelo ha sido bastante limitado. Estos plaguicidas pueden crear problemas de los que ni siquiera somos conscientes todavía. Asimismo, nuestro régimen normativo sobre los efectos que las sustancias químicas agrícolas presentan para el suelo es, en mi opinión, bastante laxo.
Nuestro entendimiento de cómo afecta la contaminación del suelo a la biota y las funciones del suelo es relativamente escaso, y actualmente existen complicaciones ligadas a la contaminación del suelo y a la biodiversidad en la superficie. Muchos lugares en Europa llevan décadas abandonados y, a raíz de ello, se han convertido en importantes depósitos de especies y biodiversidad tras la regeneración natural. Si se limpian se puede perjudicar esta biodiversidad.
Pensando a escala global, debemos reconocer que especialmente nuestras emisiones aéreas pueden contaminar suelos muy lejanos y afectar a la biodiversidad del suelo; por tanto, tenemos la responsabilidad de garantizar que se minimicen estas emisiones. Incluso en las regiones polares y otras zonas muy remotas encontramos contaminantes cuyo origen es íntegramente humano.
Hemos subestimado el problema de la radioactividad. Se trata de una cuestión extendida de menor alcance, pero también hay puntos calientes, como ciudades con zonas antiguas de fabricación de relojes y joyas. Estas zonas pueden tener niveles más altos de contaminación radioactiva del suelo procedente de sustancias luminiscentes y de otro tipo que se han empleado en talleres pequeños.
Al combinar nuevos conjuntos de datos espaciales e información sobre el suelo, obtendremos una idea mucho más clara de dónde está la contaminación. Paralelamente, los estudios epidemiológicos son cada vez más sofisticados y tenemos más información sobre casos de enfermedades asociadas a zonas concretas. Cuando estos elementos se combinan, podemos ver que algunas de las enfermedades que observamos en la población en general pueden vincularse claramente a la contaminación del suelo, lo cual, hasta la fecha, ha sido difícil de demostrar.
La mejor opción para el futuro es evitar una mayor contaminación del suelo. Podemos trabajar sobre la normativa existente controlando la contaminación del suelo industrial y logrando una participación más directa de los ciudadanos. El plástico es un buen ejemplo. Ya contamos con un movimiento ciudadano para reducir el uso del plástico. Soy muy optimista y pienso que a medida que la gente sea más consciente de los efectos de sus acciones individuales, cambiarán comportamientos y ello tendrá un efecto positivo sobre la gestión del suelo en general, incluida la contaminación.
Mark Kibblewhite
Profesor emérito, Universidad de Cranfield, Bedford (Reino Unido)
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