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El cambio ha sido una constante en nuestro planeta. La masa continental de la Tierra, y también los océanos, la atmósfera, el clima y la vida, han estado siempre bajo el signo del cambio. La diferencia entre los cambios actuales y los pasados viene dada por un ritmo y una escala inauditos y por los factores y causas que los impulsan. En nuestra nueva realidad se producen fenómenos extremos, como tormentas de intensidad inusitada, olas de calor, inundaciones y sequías. En todo el mundo, los titulares de la prensa apuntan a una crisis climática y ambiental que afecta al futuro de nuestra especie.
Utilicemos la expresión que utilicemos —«nueva realidad» o «crisis múltiples»—, los hechos están claros: el clima global está cambiando y el causante del cambio es el hombre. La dependencia de nuestras economías de los combustibles fósiles, las prácticas de uso del suelo y la deforestación global están provocando un aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera que, a su vez, altera el clima global. Y también está claro que el cambio climático repercute en todos y cada uno de los rincones del planeta, incluida Europa. Algunos territorios se enfrentan a olas de calor y sequías prolongadas, mientras que otras sufren tormentas cada vez más frecuentes e intensas. Tanto las personas como la naturaleza y la economía se ven afectadas por el cambio climático.
La ciencia también se muestra firme en cuanto al ritmo insostenible con el que se está empobreciendo la diversidad de la vida en la Tierra. Cada año, numerosas especies se declaran extinguidas a resultas de la destrucción, la fragmentación o la contaminación de sus hábitats. En algunos casos se trata de especies polinizadoras vitales para nuestro bienestar, como las abejas o las mariposas, cuyas poblaciones han sufrido reducciones espectaculares debido al amplio uso de plaguicidas. Los contaminantes generados por las actividades económicas se acumulan en el medio ambiente, lo que reduce la capacidad de los ecosistemas de regenerarse y prestarnos servicios de carácter fundamental. La degradación medioambiental no solo afecta a las plantas y los animales, sino también a las personas.
El siglo XXI se ha visto marcado por una crisis económica y financiera. La investigación confirma que nuestros sistemas de consumo y producción son sencillamente insostenibles. El modelo económico lineal (transformación de las materias primas en productos que se utilizan, se consumen y a continuación se desechan) no solo conduce a la acumulación de contaminación y residuos, sino también a una competencia global por los recursos naturales. Las redes globales pueden transportar algo más que materiales, productos y contaminantes: el inicio de una crisis en el sector financiero de un país se puede extender por todo el planeta y provocar estancamientos y contracciones de la economía que duren años.
Por otra parte, está claro que los beneficios del crecimiento económico no se reparten de manera igualitaria en todo el mundo. Los niveles de ingresos varían considerablemente entre países, regiones y ciudades, y también dentro de estos. Incluso en Europa, donde los niveles de vida superan con creces la media mundial, hay comunidades y grupos que viven con ingresos inferiores al umbral de la pobreza. Lamentablemente, algunas de estas comunidades y personas también son más vulnerables a las amenazas ambientales. Tienen una mayor probabilidad de vivir en zonas expuestas a la contaminación atmosférica y a las inundaciones y en casas insuficientemente aisladas para protegerlas del frío y el calor extremos. Los grupos que disfrutan de las ventajas no siempre son los que soportan los costes.
Si las tendencias actuales se mantienen, las generaciones futuras de todos los países y niveles de ingresos se enfrentarán a temperaturas y fenómenos meteorológicos más extremos y serán testigos de una reducción del número de especies, una mayor escasez de recursos y un aumento de la contaminación. Ante este panorama, no es sorprendente que miles de jóvenes europeos se manifiesten en las calles instando a los políticos a adoptar acciones más ambiciosas y efectivas para mitigar el cambio climático.
A lo largo de los últimos cuarenta años, Europa ha aplicado políticas dirigidas a abordar problemas concretos como la contaminación atmosférica y de las aguas. Algunas de esas políticas han tenido resultados notables. Los europeos gozan de un aire más limpio y se bañan en aguas más limpias. Unas gran parte de los residuos municipales se recicla. Las zonas terrestres y marinas protegidas son cada vez mayores. La Unión Europea ha reducido sus emisiones de gases de efecto invernadero en relación con los niveles de 1990. Se han invertido miles de millones de euros en ciudades más habitables y en movilidad sostenible. La energía generada por recursos renovables ha crecido de manera exponencial…
Durante este tiempo hemos conseguido conocer y entender mejor el medio ambiente y ha quedado patente que las personas, el medio ambiente y la economía forman parte de un mismo sistema. En los veinticinco años transcurridos desde su fundación, la Agencia Europea de Medio Ambiente se ha dedicado a conectar y desarrollar estos ámbitos de conocimiento para potenciar nuestra visión global de la situación. Las personas no pueden vivir bien si el medio ambiente y la economía tienen mala salud. La desigualdad en la distribución de beneficios, como la riqueza económica y el aire limpio, y costes, incluidas la contaminación y las pérdidas de cosechas debidas a sequías, seguirá causando tensión social.
Estos hechos pueden ser difíciles de aceptar. Del mismo modo, puede resultar arduo cambiar las estructuras de gobernanza establecidas y los hábitos y las preferencias de consumo. Sin embargo, pese a tratarse de una labor ingente, sigue siendo posible construir un futuro sostenible. Para ello es necesario atajar prácticas actuales, suprimiendo, por ejemplo, las subvenciones con efectos nocivos en el medio ambiente, o eliminando gradualmente las tecnologías contaminantes y prohibiéndolas, a la vez que se respaldan alternativas sostenibles y se ayuda a las comunidades afectadas por el cambio. Una economía sin emisiones de carbono puede reducir la presión ejercida sobre nuestro capital natural y limitar el aumento de las temperaturas globales. Para transformar nuestro curso de acción, también es necesario modificar nuestros hábitos y comportamientos, por ejemplo en lo relativo a la manera de desplazarnos y de comer. Disponemos de los conocimientos necesarios para dirigir esta transición hacia la sostenibilidad a largo plazo. Además, el apoyo del público al cambio es cada vez mayor. Ahora nos toca aceptar la responsabilidad y acelerar ese cambio.
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
Editorial publicado en el número de marzo de 2019 de EEA Newsletter 01/2019
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