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La pandemia de COVID-19 causó más de medio millón de muertes en la UE desde su inicio y aún no ha terminado. Gracias a los amplios programas de vacunación y a la creciente inmunidad de rebaño, la pandemia se ha frenado y la salud de la población está mejor protegida; no obstante, solo en la última semana se han registrado más de 1 millón de nuevos casos. Ahora que se acerca el invierno y con él la temporada de gripe, es posible que debamos hacer frente a otras variantes y a un aumento de los casos.
La pandemia fue uno de los desencadenantes de la incertidumbre y la vulnerabilidad económicas, presionando las finanzas públicas y dando lugar a una reordenación de las prioridades políticas. La situación se ha agravado aún más con la guerra de Ucrania, que ha generado un inmenso sufrimiento humano sobre el terreno, pero también se ha sumado a los problemas económicos. A finales de agosto, la tasa de inflación anual de la zona euro se estimó en un 9,1 %. La subida de los precios de la energía, un componente del cálculo de la inflación total, fue superior al 38 %. Se espera que esta elevada inflación vaya acompañada de un estancamiento de la economía, que había repuntado tras la pandemia. Los ingresos no han seguido el ritmo de la inflación, lo que seguirá erosionando el poder adquisitivo en Europa y en todo el mundo.
Durante el verano, lo que acaparó los titulares fue la crisis climática. La ciencia lleva décadas enviando señales contundentes de que nuestro clima está cambiando y que esto repercutirá en todos los aspectos de nuestra vida. Para millones de europeos, el cambio climático ha dejado de ser un escenario hipotético con posibles repercusiones en el futuro; este verano se ha convertido en una realidad cotidiana. Extensas zonas de Europa sufrieron intensas olas de calor, en las que en muchos lugares se superaron los 40 °C.
Las temperaturas medias en Europa este verano han sido las más altas registradas hasta la fecha. El calor extremo también ha provocado un aumento de los riesgos de sequía. El mes de agosto de 2022 fue, en general, mucho más seco que la media en gran parte de Europa occidental y en partes del este del continente. De hecho, muchas partes de Europa llevan varios años seguidos registrando precipitaciones por debajo de la media. Sin embargo, en la mayor parte de Escandinavia y en partes del sur y sureste de Europa, ha sido un verano más húmedo de lo habitual. No obstante, esta incertidumbre y volatilidad climáticas no cambian el hecho de que a finales de agosto de 2022 casi dos terceras partes de Europa estaban amenazadas por la sequía —que probablemente será «la peor de los últimos 500 años»—, según una evaluación reciente del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea.
El calor extremo y la menor humedad del suelo aumentan el riesgo de incendios forestales. En lo que va de año, se ha quemado la cifra récord de 700 000 hectáreas en incendios forestales en la UE. Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, España es el país más afectado hasta el momento, con más de 283 000 hectáreas quemadas (lo que corresponde a una superficie ligeramente superior a la de Luxemburgo), seguida de Rumanía (150 735 ha), Portugal (86 631 ha), Francia (62 102 ha) e Italia (42 835 ha).
Estas repercusiones climáticas se producen en el contexto de una crisis de la biodiversidad más amplia, causada por la sobreexplotación, la degradación de los ecosistemas y la contaminación, y cada vez más exacerbada por el cambio climático. Desde el suelo hasta los hábitats marinos, muchos ecosistemas están en riesgo y muchas especies, en peligro de extinción. La degradación del medio ambiente afecta a nuestra salud y bienestar, así como a nuestra capacidad para hacer frente al cambio climático.
Estas crisis son mundiales y están interrelacionadas. Son las consecuencias de sistemas insostenibles de producción y consumo en una economía globalizada. Hasta ahora, más de 6,5 millones de personas han perdido la vida a causa de la COVID-19. El calor extremo ha afectado al subcontinente indio este verano. Un tercio de Pakistán está inundado. Las temperaturas extremas del planeta provocaron el rápido deshielo de los glaciares del Himalaya y las consiguientes inundaciones desplazaron a 32 millones de paquistaníes, que necesitan refugio, alimentos y medicinas urgentemente. La magnitud de la devastación observada en Pakistán o la gravedad del tifón en Corea del Sur o los actuales incendios forestales y la sequía en California superaron las previsiones.
Las repercusiones de las inundaciones en Pakistán se sentirán en todo el mundo. Pakistán es uno de los principales productores y consumidores de arroz, uno de los principales productos básicos en el mercado mundial de alimentos, que ya está bajo presión debido a la guerra en Ucrania. Los precios y los mercados de los alimentos son volátiles y se enfrentan a posibles interrupciones en las cadenas de suministro. Es probable que las sequías en Europa afecten aún más a los precios, agravando la crisis del coste de la vida.
La guerra en Ucrania también ha desplazado a millones de personas, ha provocado la pérdida de vidas, la contaminación ambiental y la destrucción de infraestructuras clave. Es una crisis humanitaria de la que se tardará años, si no décadas, en recuperarse. La guerra también ha provocado crisis económicas y energéticas en Europa. En respuesta a la agresión rusa, la Unión Europea ha impuesto sanciones económicas a Rusia, sometiendo a examen las importaciones de combustibles fósiles procedentes de este país.
Para muchos Estados miembros de la UE, Rusia ha sido el principal proveedor de energía, pero la Comisión Europea y los Estados miembros quieren reducir ahora esta dependencia. A principios de septiembre, Rusia cortó el suministro de gas a través del gasoducto North Stream 1, que antes de la guerra suministraba casi el 40 % de las importaciones de gas natural a la UE.
La actual crisis energética en Europa tiene una doble vertiente: los precios de la energía han subido drásticamente y Europa se enfrenta ahora a un suministro limitado para los próximos meses de invierno. Muchos países de Europa han empezado a poner en marcha medidas urgentes para reducir el consumo, garantizar la seguridad energética y evitar el despilfarro, así como para limitar el impacto del aumento de la factura energética en los hogares.
Nos enfrentamos a un panorama de crisis múltiples y simultáneas complejo e inédito. Como en todas las crisis, algunos países y comunidades se verán más afectados que otros. Muchos hogares de Europa y de todo el planeta están preocupados por su capacidad para satisfacer necesidades básicas como la alimentación y la calefacción. Somos vulnerables.
Nuestros sistemas naturales, nuestra salud y nuestra economía también son vulnerables. La mayoría de las crisis mundiales apuntan a una única causa: el uso insostenible de los recursos de nuestro planeta.
No obstante, la UE y otros actores han señalado una forma de abordar esta causa fundamental mediante la actuación sobre el clima y el medio ambiente.
Con el Pacto Verde Europeo, la UE se ha fijado objetivos ambiciosos para abordar las causas de estas crisis —transformar nuestros sistemas energéticos, reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles, invertir en fuentes de energía limpias y renovables, restaurar la naturaleza, reforzar la circularidad de nuestra economía— al tiempo que se garantiza una transición justa en la que se apoye a los más afectados.
La transición necesaria no será fácil. Se necesitará tiempo y dinero. No obstante, ante estas múltiples crisis que nos afectan, ya sea la escasez de energía, los fenómenos meteorológicos extremos o el aumento de la inflación, no tenemos más remedio que actuar y hacerlo con urgencia. Y nuestras acciones, decisiones y políticas deben esforzarse por ofrecer un futuro sostenible. La inacción es cada vez más irresponsable, más costosa que la acción y éticamente inaceptable.
Las vulnerabilidades y las repercusiones ambientales, económicas y sociales de nuestro actual modelo económico han sido bien estudiadas y documentadas. Los modelos y análisis científicos nos han indicado hacia dónde nos dirigimos desde hace algunas décadas. Lo que estamos presenciando no es ni inesperado ni excepcional. Nos encontramos en un momento en el que ya no se trata de intentar predecir el futuro, sino de utilizar todos los conocimientos disponibles para moldearlo en una dirección fundamentalmente sostenible.
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
Editorial publicado en el Boletín de la AEMA de septiembre de 2022
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